Zurich deslumbra con su tradición navideña


Mercado navideño de Zurich

  • Calles con iluminación policromada, mercados ambulantes o pistas de patinaje sobre hielo salpican las orillas del río Limmat.
  • Una de las costumbres más singulares consiste en crear velas introduciendo los cordeles en cera hirviendo. El dinero recaudado va destinado a menores con discapacidad.
  • Cada día medio centenar de niños alegra a los transeúntes con sus cánticos en el Singing Christmas Tree, mientras el tranvía de Santa Claus circula por Zurich.
  • El museo de la FIFA permite realizar la simulación de un baile de celebración de gol o repasar la historia de cada campeonato.


Zurich se engalana por Navidad. La ciudad más populosa de Suiza luce todo su fulgor en la céntrica calle comercial Bahnhofstrasse, donde hasta 28 relojerías y joyerías compiten en apenas 200 metros por ofrecer el mejor reclamo en lujo. Lo hace también en sus transitados mercados navideños, sobre todo en el instalado en la misma estación de trenes y en el Christmas Village, cerca de la ópera. Zurich no escatima en gastos en iluminación para mostrar que, nieve o llueva, su pasión por las celebraciones navideñas no tiene límite.
Que se lo pregunten al numeroso público que cada día se congrega, entre el 23 de noviembre y el 23 de diciembre, ante el Singing Christmas Tree para escuchar el alegre ritmo que entona casi medio centenar de niños o adultos uniformemente ataviados de rojo y verde. O a quien se desplaza al flotante circo Conelli, ubicado en los estertores del río Limmat para contemplar las acrobacias de sus artistas.

Estas cuatro semanas largas que desembocan en Navidad suministran un amplio repertorio de eventos propios de la época. Uno de los más singulares consiste en la elaboración de velas. En un recogido habitáculo en Burkli ofrecen el cordel y, a partir de ahí, el ejercicio consiste en embadurnarlo con cera hirviendo. Adultos y niños disfrutan con esta actividad y, además, contribuyen a recaudar fondos para la rehabilitación de menores con discapacidad, ya que las velas se pagan al peso y gran parte de los francos desembolsados tiene como destino esa acción filantrópica.

Marlitram y el Mercado de los Elfos

Paseando por esta metrópolis de 416.000 habitantes en los albores de la Navidad resulta fácil toparse con el Marlitram, un tranvía decorado de rojo y conducido por el mismísimo Santa Claus. Dos 'ángeles' le ayudan a relatar historias al nutrido grupo de niños que transporta. Quizás el destino de alguno de ellos lo constituya el denominado Mercado de los Elfos. O la concurrida pista de patinaje del Wienachtsdorf, un conglomerado de casitas de madera que vende desde artesanía hasta comida, pasando por el tradicional vaso de vino ardiente, perfecto para calentar garganta y manos. O churros, que también están de moda.

El espectáculo de música e iluminación que cada tarde, a las 17,30 horas, se muestra junto al museo nacional aporta un elemento adicional al fulgor navideño de la sexta ciudad financiera más importante del mundo. Esa exhibición se contempla después de traspasar los pórticos policromados con miles de bombillas que ornamentan, también en exclusiva en estas singulares fechas, la entrada al museo nacional.

Embriagado por el ambiente navideño, el visitante que se sube a alguna de las 17 líneas locales de tranvía o prefiere deambular por la ciudad antigua se topa con sorpresas. Como transitar junto a la vivienda en la que habitó Lenin entre  febrero de 1916 y abril de 1917, justo antes de retornar a su patria Rusia. O pasar por la Zwingliplatz y contemplar dos cabinas de teleférico reconvertidas en terraza de bar. Siempre con la imprescindible manta que reposa en cada silla exterior de los locales autóctonos.

O incluso situarse ante la estatua del mismísimo Carlomagno, moldeada en 1475 y ubicada en la cripta de la Grossmunster. Relata la leyenda que llegó desde Aquisgrán hasta Zurich encabezando una partida de caza y que su caballo se arrodilló en el lugar donde reposaban los restos de San Félix y Santa Régula. Y que allí mandó construir esta iglesia, sobre la cual se alza la torre panorámica que permite contemplar toda la ciudad. Incluso, en este caso sin bajar la mirada, el reloj de iglesia considerado el más grande de Europa, el del templo local en honor de San Pedro.  Los contrastes se acumulan para quien aterriza con alguno de los numerosos vuelos diarios de Swiss Air que enlazan Suiza y España.

James Joyce y Thomas Mann

Zurich presume de ser ciudad de acogida. Una demostración la constituyen los 390.000 puestos de trabajo que ofrece. Casi tantos como habitantes, incluidos menores y jubilados. Esta propuesta laboral supone un acicate para personas de cantones diferentes de Suiza y de otros países. Como en el pasado lo hizo con dos escritores del renombre internacional del alemán Thomas Mann y del irlandés James Joyce.  Ambos acudieron atraídos por su carácter acogedor y los dos fallecieron en esta ciudad de firmes raíces protestantes. En el cementerio situado junto al zoo resulta posible visitar sus tumbas y contemplar el busto tan identificativo que corona la de Joyce. Por cierto, a escasos metros del citado camposanto se ubica el tranquilo hotel Zuerichberg, atalaya perfecta para contemplar el cauce del Limmat. 

El paseo por la urbe que los romanos tejieron con el topónimo de Turicum permite atisbar vestigios de las antiguas murallas, derribadas en 1830 para construir la línea de ferrocarril y allanar el crecimiento de Zurich. Aquel trayecto férreo conllevó la edificación de dos arqueados viaductos, cuya parte inferior alberga en la actualidad numerosos comercios. Los restos de su otrora boyante industria textil contrastan con las sedes de pujantes empresas de renombre internacional, como Crédit Suisse o ABB. O con los dos locales de Google. O con las reputadas universidades autóctonas.

Y si nos referimos a entidades de fama mundial, quizás por sentimientos suscitados encabezaría esa clasificación la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA), cuya ubicación principal y museo de los mundiales se hallan en Zurich. Imprescindible la visita para apasionados del fútbol. Allí pueden repasar la historia de los campeonatos, practicar en un simulador virtual algunas de las celebraciones de goles con más resonancia, narrar un tanto, responder a un singular trivial o afinar la puntería. También adquirir todo tipo de recuerdos, aunque algunos lucen precios prohibitivos, como los 300 francos de la camiseta de Portugal firmada por Cristiano Ronaldo.
Zurich sorprende por su abigarrado repertorio de espectáculos. Incluso en un restaurante como Opfelchammer el carismático Boris, con su bigote daliniano, puede retar al comensal a trepar sobre una viga de madera, atravesarla en paralelo al techo e ingerir boca abajo una copa repleta de vino. O una empresa como Xocotour Suisse ofrece el servicio de realizar una cata para guiar el paladar por chocolates de lo más heterogéneos y de orígenes que saltan desde Bolivia hasta Ghana.


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