Una ruta por las tumbas misteriosas



Este “Epitafio dedicado a la muerte”, que puede leerse bajo un cráneo cobijado dentro de una hornacina de ladrillo, coronada con una cruz de piedra, en el cementerio de Arjonilla (Jaén, España) ha impresionado y sigue sobrecogiendo a Manuel Jesús Segado-Uceda, investigador del pasado y de lo misterioso, autor del libro “Tumbas misteriosas“.


Y eso que este licenciado en Historia del Arte, especialista en Arqueología y Patrimonio Histórico, resulta difícil de impresionar, ya que uno de sus temas de investigación son precisamente los cementerios, los sepulcros, los epitafios, las esculturas y los monumentos funerarios, así como la vida que llevaron quienes descansan en los camposantos.

De los secretos, personajes, leyendas, curiosidades y enigmas que albergan los cementerios habla Segado-Uceda (Arjonilla, 1983) en su último libro ‘Tumbas misteriosas’. Unos lugares “que la gente evita visitar aunque a veces albergan más obras de arte que muchas pinacotecas y enseñanzas que pueden ayudarnos a enfrentar nuestros miedos y superarlos”, comenta el investigador a Efe.

Tumbas y cementerios

“La muerte puede enseñarnos a vivir el instante, ya que no sabemos si el mañana llegará o esta noche nuestra alma emprenderá su viaje hacia el más allá. Solo quienes conocen la certeza de la muerte aprenderán a vivir de una manera mejor”, señala el autor.
“Visitar un cementerio puede deparar un aprendizaje rico, no solo por sus obras de arte en urbanismo, escultura o arquitectura, sino por la simbología presente en los sepulcros, como las marcas de sociedades secretas que se dan en miembros de la masonería o de los Illuminati; en los ángeles, que están fuera de contexto en un camposanto; y el reloj de arena alado, que alude la fugacidad de la existencia”, señala Segado-Uceda a Efe.
Añade que hay otros elementos simbólicos como los murciélagos, seres vinculados a la oscuridad; o las lechuzas, consideradas los guardianes de las almas que están en transición entre el plano de los vivos y los muertos; así como las lámparas y las antorchas, que disipan las tinieblas que hay tras la muerte.

“También hay mucho que aprender de los epitafios, un arte que se cuidaba mucho en el siglo XIX y comienzos del XX, los cuales dan pistas de los gustos, modo de vida, cualidades y personalidad del difunto, y también ofrecen lecciones de vida, como la de “Como te ves, yo me vi…”, enfatiza el autor.

“Este epitafio de Arjonilla nos dice que todos somos iguales en esencia, y nos aguarda el mismo lugar de destino, aunque el camino no sea similar para todos. Es una enseñanza que nos invita a vivir cada segundo, a aprovechar nuestro tiempo, a compartir experiencias, a hacer las cosas lo mejor posible, porque dentro de un tiempo quizá ya sea demasiado tarde”, señala.
El autor nos ofrece unos ejemplos de tumbas misteriosas que ha investigado y descrito en su libro.



Père Lachaise​ es el cementerio intramuros más grande de París, la capital de Francia. Foto: Manuel Jesús Segado-Uceda/ Editorial Almuzara







El monumento funerario de Julio Verne, en el cementerio de La Madeleine (Amiens, Francia), con una rosacruz esculpida en su frontón, respira magia y parece querer trasmitir un mensaje.
La imponente figura de Verne, esculpido en mármol blanco, emergiendo desde su tumba, escapando de su sudario, con la losa sepulcral rota y apoyada sobre su espalda, mirando hacia el firmamento y lanzando su brazo hacia el cielo, fue diseñada por el propio escritor con la ayuda de su amigo, el escultor Albert Dominique Roze.

En el cementerio de Père-Lachaise (París, Francia) podemos encontrar, escondidos entre la ornamentación de las esculturas, una serie de murciélagos esculpidos en la piedra, formando parte de las rejas o adornando las puertas de los panteones familiares.
Según algunos investigadores, si se sigue el rastro de esos murciélagos a lo largo del camposanto, las pistas nos llevan ante el verdadero lugar donde está enterrado el Conde Drácula (Vlad Tepes, Timisoara 1431-Bucarest 1476).

Una curiosa historia narra que cada año, el 19 de enero, fecha de nacimiento del estadounidense Edgard Allan Poe, al menos durante siete décadas la tumba del escritor, situada en el cementerio de Baltimore (Maryland, EEUU) recibía la visita de un misterioso personaje. Un hombre con un abrigo oscuro, un bastón y su rostro oculto bajo un sombrero negro y una bufanda blanca, que llegaba de madrugada, permanecía inmóvil durante horas ante el sepulcro y dejaba tres rosas rojas y una botella de coñac antes de marcharse. La última de las visitas, de la que hubo testigos, se produjo en 2009, justo en el bicentenario del nacimiento de Poe.

En el camposanto de Greyfriars (Edimburgo, Escocia) hay un mausoleo conocido como el ‘Panteón Negro’ y considerado como uno de los lugares más terroríficos del Reino Unido.
Allí está enterrado George Mackenzie, “el sangriento” quien, en 1679, ocupó el cargo de abogado real y fue el responsable de la muerte de numerosos integrantes de un movimiento religioso, encarcelados en una prisión junto al propio cementerio, conocido como la ‘Prisión de los Covenanters.
Ambos lugares fueron cerrados debido a los extraños sucesos que se allí producían. Algunos visitantes declararon haber escuchado ruidos inexplicables. Otros haber visto una oscura silueta y también un buen número dijeron que habían sufrido desvanecimientos, golpes, magulladuras o heridas abiertas, sin explicación alguna. Todo durante la visita a una zona del cementerio.

El cementerio de la Cite, en Carcasona (Francia) con túmulos funerarios de piedra cenicienta y un enorme monolito neogótico presidiendo su centro, es un lugar de gran encanto y belleza, que casi siempre está desierto y encierra una curiosa tradición.
Sobre muchas de sus sepulturas hay colocadas o colgadas una enorme cantidad de placas de cerámica, de múltiples formas, tamaños, colores y elementos ornamentales, con inscripciones, imágenes religiosas o relacionadas con otros temas.
Son ‘souvenirs’, unos recuerdos a la memoria de los difuntos en los que se colocaban imágenes de las que eran devotos; frases que les dedicaban sus familiares y amigos; anécdotas; aficiones u otros escritos relacionados con los allí enterrados, “secretos que cuentan los muertos a quienes recorren este camposanto”, incide el escritor.

También ha analizado en la basílica de Saint Nazaire, en esa localidad francesa, la lápida llena de enigmáticos elementos simbólicos del sanguinario Simón de Montfort, conocido “el exterminador de los cátaros”, al ser responsable del exterminio de este movimiento religioso en el medioevo.
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