Islas Goto, refugio del cristianismo en Japón
Las Islas Goto, un archipiélago que se encuentra en una de las zonas más occidentales del país asiático, está constituido por 63 islas, de las que sólo 11 siguen habitadas, y fueron un importante refugio para los kakure kirishitan o cristianos ocultos, que durante más de dos siglos practicaron su fe en secreto para evadir la tortura y la muerte.
Sus pobladores, de los que actualmente en torno a un quince por ciento son cristianos, llegaron en muchos casos desde la ciudad de Sotome, a unos 40 kilómetros de Nagasaki, donde muchos creyentes practicaron su fe en secreto mientras simulaban integrarse en las comunidades sintoístas y budistas de la época.
Llegada y ocaso del cristianismo
El cristianismo se introdujo en Japón en 1549 de la mano del misionero jesuita Francisco Javier y, aunque desembarcó en Kagoshima, en el sur de la isla meridional de Kyushu, el dogma se extendió por todo el país gracias a predicadores posteriores.
Fue especialmente bien recibido en Nagasaki (sudoeste), adonde pertenecen las Goto. Hacia finales del siglo XVI se hablaba de más de 300.000 conversos.
El apoyo de señores feudales conversos y la protección de Oda Nobunaga, uno de los caudillos nipones más importantes, fue esencial para la expansión del cristianismo y la proliferación de iglesias por todo el país, desde Nagasaki, a la que los comerciantes apodaban “la pequeña Roma”, hasta Kioto (en el oeste) u Omi (en el centro).
Exterior de la antigua iglesia de Gorin, en la isla Hisaka. EFE/MARÍA ROLDÁN
Su sucesor, Toyotomi Hideyoshi, permitió la presencia de los misioneros europeos a cambio de más barcos para ayudarle en sus propósitos coloniales pero, en 1587, contrariado por una religión que enseñaba a encomendarse a Dios por encima de todo (lo que podría debilitar su poder), ordenó la expulsión de todos los religiosos.
Uno de los capítulos más recordados es la crucifixión, diez años después, de 26 mártires en una colina de Nagasaki, entre ellos cuatro misioneros españoles, uno portugués y uno mexicano.
El museo de la iglesia Oura, uno de los 12 Lugares de cristianos ocultos en la región de Nagasaki inscritos como patrimonio en junio de 2018, atestigua en sus estancias el calvario al que fueron sometidos.
Persecución y clandestinidad
Toda Nagasaki fue obligada a someterse al efumi, una práctica que obligaba a pisar una imagen de la Virgen o Jesús, y a la que algunos creyentes accedieron para no perder la vida.
Se cree que alrededor de 5.500 cristianos fueron asesinados en aquel entonces.
La persecución se volvió especialmente brutal tras la Rebelión de Shimabara-Amakusa en 1637.
Dos décadas después de la prohibición del dogma, los gobernantes daban por supuesto que no quedaban cristianos en el país, pero la erupción de la revuelta demostró lo contrario.
El shogunato la reprimió duramente y exhibió la cabeza decapitada de su impulsor, Shiro Amakusa, a modo de advertencia. Los restos del castillo Hara, el escenario principal del enfrentamiento, forman ya parte del patrimonio mundial.
Tras el asesinato del último misionero en 1644 se creyó que los cristianos habían desaparecido, pero en la región de Nagasaki y sus alrededores, como Kumamoto, continuaron practicando su fe en secreto, haciendo parecer que no tenían nada que ver con ellos, y escondiendo sus imágenes de devoción.
La comunidad cristiana nipona creó estatuas de la Virgen María retratada como Kannon, la representación budista de la misericordia, y escondieron cruces talladas en la parte trasera de faroles de santuarios estructuralmente sintoístas, como el de Tsuji, en el que se veneraba en secreto una estatua que representa al misionero San Ignacio de Loyola (Inassho-sama), hoy custodiada en un museo local.
El santuario de Tsuji de apariencia sintoísta, donde “cristianos ocultos” veneraban una estatua que representa al misionero San Ignacio de Loyola (Inassho-sama), hoy custodiada en un museo local. EFE/MARÍA ROLDÁN
Migración a las Islas Goto
Buena parte de los cristianos ocultos se asentó en Urakami (al oeste de Nagasaki) y Sotome, a unos 40 kilómetros al noroeste de la ciudad. Desde esta última, donde en torno a la mitad de sus hoy 650 habitantes son cristianos, proceden buena parte de los creyentes de Goto, que vieron en un proyecto de finales del siglo XVIII para poblar las islas remotas una salida a su fe.
El veto al cristianismo no fue levantado hasta 1873 , ante las críticas que despertó en Occidente la reanudación de la persecución a mediados del siglo XIX, cuando los cristianos acudieron a la iglesia Oura a revelar sus creencias tras la reapertura del país.
“En la isla Nozaki, hoy abandonada, solía haber dos asentamientos. En la ínsula de Kazurajima la comunidad cristiana levantó una iglesia que colapsó hace tiempo”, rememora Yukinori Kuzushima, un cristiano de 65 años que actualmente reside en la isla de Naru y cuida de la iglesia de Egami, parte del recientemente inscrito patrimonio.
Mitsuru Kojima, de la misma edad, se afana desde hace seis años en preservar la antigua iglesia de Gorin, una aldea costera de únicamente cuatro habitantes en la isla de Hisaka.
Ambos son conscientes de que el envejecimiento demográfico en las islas y la despoblación amenaza el legado del cristianismo en Japón, donde menos del uno por ciento de la población es cristiana.
El exterior de la iglesia Oura de Nagasaki (Japón). EFE/MARÍA ROLDÁN
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