Fez y Mequínez, el Patrimonio Mundial de Marruecos



Marruecos, al norte de África, con costas en el océano Atlántico y el mar Mediterráneo, es un país interminable que siempre ofrece sorpresas al visitante. Separado del continente europeo por el estrecho de Gibraltar, tan cerca de España, es el país del mundo árabe donde más se estudia nuestro idioma.
Del enorme potencial turístico de Marruecos destacan dos de sus cuatro ciudades imperiales: Fez, con su impresionante Medina, que es el espacio peatonal más grande del mundo, declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en 1981 y que, en el siglo XII, fue considerada como una de las ciudades más grandes del mundo; y Mequínez, la llamada Versalles marroquí, que exhibe sus monumentos históricos y naturales en sus más de 40 kilómetros de murallas defensivas y numerosas mezquitas, por lo que también es conocida como la ciudad de los cien alminares.

Fez, centro espiritual y medina especial 

Fez es una ciudad muy antigua, imperial y centro espiritual e intelectual del reino de Marruecos. Urbe misteriosa, artesana, culta y capital de la gastronomía.
Con una población cercana al millón doscientos mil habitantes, es la tercera ciudad del país alauita, después de Casablanca y Rabat -la capital- y, por supuesto, bastante menos conocida.
Fue fundada por Idrís en el año 789 y más tarde su hijo Idrís II, en el 810, la convirtió en la capital de su Estado ordenando construir la mezquita de Qarawiyyin, una de las más antiguas y grandes de África. Posteriormente se fundó la universidad del mismo nombre, asociada a la mezquita y dedicada principalmente a los estudios religiosos.
En Fez se asentaron musulmanes de toda África, pero también de Oriente próximo y se convirtió en refugio de judíos tras la toma de Granada por los Reyes Católicos en 1492, cuando se publicó su Edicto de Granada. Estos últimos llegaron a tener barrio propio entre sus murallas.
Recipientes para teñir las pieles en Fez. Foto: Diego Caballo
Recipientes para teñir las pieles en Fez. Foto: Diego Caballo
Con ello, Fez se convertiría en un centro religioso y cultural donde los musulmanes realizaban sus estudios y también tenían cabida los estudiantes cristianos. Así, más del 50 por ciento de los habitantes de Fez son de procedencia hispánica, “por lo que somos “hermanos” de los españoles, así como lo son nuestros reyes de ahora y lo fueron antes los padres de los monarcas actuales”, afirma un guía local.
Fez volvió a ser capital del reino watásida en el año 1472, después le quitaron este título en 1554 y lo volvió a recuperar en 1727. Con la ocupación colonial francesa perdió, de nuevo, su condición de capital del reino y pasó a formar parte del Imperio colonial francés, que estableció su sede en Rabat, ciudad que mantendría su estatus tras alcanzar la independencia en 1956.
Recorrer su medina, la llamada Fez el Bali, con una extensión de 350 hectáreas, y considerada como la zona peatonal más grande del mundo, es una experiencia impresionante e inolvidable.
Miles de tiendas y miles de productos. Callejones interminables, algunos sin salida, estrechos y culminados con toldos que protegen del calor y de la lluvia.
En ella existe una gran actividad y muchos reclamos para el visitante. Primero, para intentar venderle algo, después, para finalizar con el regateo que parece no acabar nunca: “-Tú cuánto querer pagar. -No, es muy poco, tú no querer comprar…”.
Comida típica marroquí. Foto: Diego Caballo
Comida típica marroquí. Foto: Diego Caballo
Y así hasta que el turista se decide a cerrar el trato o a despedirse con una sonrisa de incertidumbre, tal vez poco entendida.
Su laberinto de callejones esconde el encanto que se adivina en los relatos de Las mil y una noches, esa recopilación de cuentos tradicionales donde la imaginación puede volar a bordo de una alfombra.
Existen en ella barrios y gremios de afiladores, zapateros, alfareros, tintoreros, caldereros, orfebres, o el denominado Barrio de los Andaluces, donde se asentaron los andaluces procedentes de la España musulmana del siglo XI.
En sus calles hay mendigos, estudiantes, turistas, aguadores y asnos cargados, abriéndose paso entre la muchedumbre, así como un olor a curtidos de pieles que penetran, con tal intensidad a veces, que el visitante intenta mitigar con un ramillete de jazmines o yerbabuena, que le entregan siempre a la entrada de la visita a los centros de curtido de pieles.

Mequínez, ciudad histórica y centro comercial 

La llamada Versalles marroquí, a un paso de Volubilis, la antigua ciudad romana donde se encuentran los restos arqueológicos mejor conservados y más visitados de Marruecos, posee una ciudad histórica declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1996.
Mequínez (también conocida como Meknes por su pasado colonial francés), es una ciudad imperial con una gran cantidad de monumentos históricos y sitios naturales, que posee más de 40 kilómetros de murallas defensivas y numerosas mezquitas, por lo que es llamada también la ciudad de los cien alminares.
Puerta de entrada a Meknes. Foto: Diego Caballo
Puerta de entrada a Meknes. Foto: Diego Caballo
Situada en el norte del país, al pie de las montañas del Atlas Medio, en una de las mejores zonas agrícolas y productivas de Marruecos, además de ser un punto relevante para el comercio y la agricultura, con una importante industria agroalimentaria y textil, a lo que hay que añadir una gran producción de cemento y otros productos de la construcción.
Sus orígenes se remontan al siglo VIII, cuando se construyó en la zona una fortaleza por la tribu bereber meknassa, alrededor de la cual se fueron acrecentando los asentamientos.
Tuvo su época de apogeo como capital imperial entre los siglos XVII y XVIII, durante el gobierno del sultán alauita Mulay Ismaíl, aunque tras su muerte la capital sería desplazada a Fez.
Es una urbe, a pesar de que fue el centro de un imperio, de las menos visitadas en Marruecos pero, no por ello menos exótica y única, con su enorme plaza central, zoco y medina, donde los sentidos pierden su rumbo. De nuevo productos que se vocean, regateos, ofrecimiento para probar… .
El visitante no puede dejar de recorrer sus calles estrechas, su ajetreo y descubrir rincones donde el tiempo parece haberse detenido cuando los bereberes la habitaban.
En ocasiones parece escucharse a Juan Peña El Lebrijano cantando a la libertad con versos de José Manuel Caballero Bonald y la Orquesta Andalusí de Tánger. De este intérprete dijo Gabriel García Márquez: “Cuando El Lebrijano canta, se moja el agua”.
Una recomendación al turista es que disfrute de un té en uno de los numerosos cafés o restaurantes de la Plaza el-Hedim de Mequínez, rodeada en parte por la muralla y por otro lado por el mercado de alimentos, que tiene su vida propia, con verduras, especias y carnes que impresionan.
Sus jardines, patios y agua corriendo, en algunas ocasiones nos transporta a ciudades de la cercana Andalucía.
Marruecos es razonablemente seguro, hospitalario, cercano y acogedor, por lo que el turismo se ha visto incrementado en los últimos años, según indica Mohamed Sofi, director de la Oficina de Turismo de Marruecos en Madrid.
Sofi también nos recuerda varias palabras españolas heredadas de su lengua y comenta que Marruecos no tiene recursos naturales, como gas o petróleo, “pero sí muy buenos y grandes recursos humanos”.
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