#España: Un museo tras la reja de la clausura
Una historia, la del actual museo, íntimamente ligada a los marqueses de Estepa, la villa sevillana que perteneció desde la Reconquista a la Orden de Santiago hasta que, a mitad del siglo XVI, Felipe II se la vende a una familia de banqueros genoveses, Los Centurión, que desde entonces ostentaron el Marquesado de Estepa.
El convento de Santa Clara, en el cerro de San Cristóbal que corona la localidad, fue erigido en 1599 por los segundos marqueses, Juan Bautista Centurión y María Fernández de Córdoba, como dote para su hija que quería profesar como religiosa y que fue su primera monja, sor María de Santa Clara, la misma que bordó en seda y oro una casulla que hoy puede verse en una de las estancias abiertas.
Hace unos años, el Ayuntamiento de Estepa rehabilitó parcialmente algunas estancias antiguas donde en Navidades abría temporalmente un museo del mantecado, pues se atribuye a estas monjas la primera receta de este dulce por un documento de 1780 que revela el encargo a un vecino de la villa, Juan Borrego, que en su viaje a Cádiz les trajera arrobas de harina, azúcar, cacao y canela, ingredientes del mantecado de Estepa que estos días consumen todos los españoles.
No obstante, fueron las propias monjas -gracias a los ingresos de su obrador de dulces y algunas donaciones- las que hace dos años emprendieron un ambicioso proyecto de restauración de las estancias que habían dejado paulatinamente de usar conforme se ampliaba el edificio, con la idea de “dar a conocer su rico patrimonio”, explica la conservadora Victoria Tejada.
Y es que durante siglos, el convento de Santa Clara de Estepa ha tenido como mecenas a los marqueses de Estepa y en él ingresaban novicias procedentes de familias nobles que aportaban, el entrar, una dote.
Uno de los obsequios más frecuente eran tallas del Niño Jesús, de forma que el convento atesora una colección de 120 que se irán exponiendo alternativamente.
Actualmente, se muestra uno del siglo XVIII del taller de Risueña, de la escuela granadina, que se expone junto a otras piezas como una Cruz de San Damián o las partituras de un motete en la primera estancia que se visita, la antigua capilla y el coro o zona de clausura desde donde las monjas seguían los cultos.
La visita, guiada y previa reserva en la Oficina de Turismo de Estepa (por las tardes y a 2 euros), continúa atravesando un antiguo patio hasta las cocinas con el horno y los utensilios originales donde se hicieron esos primeros mantecados.
A través del molino original del convento se pasa al claustro primitivo, al que dan el atelier (donde se conserva la casulla bordada por la monja fundadora en lo que fue el almacén de la antigua enfermería) y el refectorio, que termina en la sala de Profundis donde las monjas oraban antes de pasar a comer.
Los vanos de las puertas de las salas que dan al claustro están coronados por unos letreros llamados considera, que recordaban a las religiosas que, aunque cambiaran de estancia y de tarea, debían mantener la oración permanente siguiendo el lema ora et labora.
Para Tejada, que se ha encargado de la cartelería explicativa (en tres idiomas) de las estancias y durante estas Navidades guía las visitas de forma voluntaria, “llama la atención el buen estado de conservación con el que las monjas han cuidado su patrimonio y la idea de musealizar su convento”.
Revela el carácter emprendedor de una comunidad, hoy regida por una madre abadesa abogada (sor Ángela), que viene de lejos, pues el actual altar mayor de la iglesia fue erigido con una deuda que Carlos V contrajo en el siglo XVI con el primer marqués de Estepa y que su descendiente legó a las monjas “pensando que nunca la cobraría”, deuda que la Corona saldó dos siglos después para dicha de las religiosas.
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