Mongolia: un destino poco conocido donde reina la naturaleza
El viaje a Mongolia suele comenzar en Ulán Bator, una de las capitales más atípicas de la Tierra. Pese a la gran superficie que ocupa esta nación (con sólo dos habitantes por kilómetro cuadrado), su capital concentra a más de la mitad de la población del país (1,8 millones de los 3 millones totales) y es una urbe de continuos atascos y con altos de niveles de contaminación en invierno, aunque de inmensos cielos azules en verano.
El centro de Ulán Bator tiene un aspecto soviético, con edificios neoclásicos de aires rusos que recuerdan el pasado más reciente de Mongolia, cuando el país era un estado satélite de la URSS. Los carteles en cirílico, escritura que Stalin impuso en Mongolia y sigue siendo la oficial para el idioma mongol, son el principal recuerdo de aquella era. Pero también los ministerios, con grandes columnatas y pináculos acabados con una estrella roja, así como la central plaza de Sukhbaatar, que recuerda a la Plaza Roja de Moscú o la de Tiananmen de Pekín y que fue construida en honor al líder local que implantó el comunismo (Mongolia fue el segundo país del mundo donde se impuso esta ideología).
La tierra del gran Gengis Khan
Del interior de casi todos los edificios -hasta de los ministerios de aire soviético- es frecuente que llegue el intenso olor de la potente comida mongola, en la que la carne asada, con las calorías que se necesitan para superar el frío invierno, es la estrella. En las aceras, estancos hechos de madera y con aires rusos venden comida, bebida o periódicos a los peatones.
Ulán Bator también alberga recuerdos de pasados más remotos y gloriosos, como cuando los mongoles conquistaron gran parte de Eurasia y edificaron el segundo imperio más extenso de la Historia -sólo por detrás del británico- y uno de los más estables políticamente pese a la crueldad de las conquistas iniciales.
Los mongoles de la época del Khan eran nómadas y dejaron pocos vestigios arquitectónicos. De hecho, ni siquiera se sabe dónde están enterrados sus grandes monarcas, aunque una gran estatua en honor a Gengis Khan preside desde hace años la plaza Sukhbaatar, como símbolo de que el nacionalismo mongol ha sustituido al comunismo internacionalista.
El aeropuerto internacional de la ciudad también está bautizado en su honor, y la capital tiene numerosos templos y monasterios dedicados al budismo tibetano, la principal religión desde los viejos tiempos imperiales.
El principal monasterio es el de Gandan, un edificio histórico que se remonta a 1825, orgulloso superviviente de la represión de los tiempos comunistas, ya que fue el único que permaneció abierto en esa época. Entonces, unos 10.000 edificios religiosos fueron destruidos por todo el país y varias decenas miles de monjes y lamas fueron ejecutados.
Cerca del centro se encuentra el palacio del último de los khanes, Bogd Khaan, que reinó entre 1911 y 1921, el año en que triunfó la revolución comunista.
La ciudad desde el Memorial Zaisan
Otro lugar muy visitado de Ulán Bator es el Memorial Zaisan, un monumento a los mongoles caídos en las guerras del turbulento siglo XX, situado en la cima de una de las colinas que rodean la ciudad y desde el que hay una inmejorable vista de la capital, si la nube contaminante lo permite.
Desde allí se puede divisar el centro de la ciudad de aires neoclásicos, los bloques de pisos que van invadiendo los alrededores, las grandes chimeneas humeantes de las cuatro centrales térmicas que alimentan la calefacción de la ciudad y los barrios ger, que es como los mongoles llaman a las tradicionales yurtas -las viviendas típicas de sus nómadas-, y que son los que hacen de Ulán Bator una ciudad única.
Los rápidos cambios económicos en el país, unidos al calentamiento global que causa grandes mortandades entre los rebaños de los pastores mongoles, han provocado en lo que va de siglo un éxodo masivo de las praderas a la ciudad, pero muchos de esos inmigrantes han mantenido la costumbre de vivir en yurtas. Estas “viviendas2 se desparraman por las laderas que rodean a Ulán Bator, en barrios donde aún no hay calles asfaltadas y, a veces, tampoco luz eléctrica o agua corriente.
Allí viven las poblaciones más humildes, que en invierno, con temperaturas de hasta 50 grados bajo cero, se ven obligadas a calentarse con estufas de carbón. En el campo usan excrementos del ganado, pero en la ciudad no tienen más remedio que acudir a una materia mucho más contaminante, lo que casi de forma inesperada ha convertido a Ulán Bator en una de las urbes con peor calidad de aire del mundo.
Praderas y vida nómada
Pero un viaje a Mongolia sería a todas luces incompleto si se quedara sólo en su capital: al sur aguarda el desierto de Gobi con sus dunas doradas, por el que se puede cruzar a bordo del ferrocarril Transmongoliano, que une a Pekín y Ulán Bator en un inigualable viaje de algo más de un día.
Al este y al oeste de Ulán Bator se extienden, durante miles de kilómetros, las praderas, inmensos mares de hierba en los que, desperdigadas y a veces escondidas, se levantan temporalmente las yurtas de las familias mongolas que aún conservan el modo de vida tradicional, con el pastoreo de cabras, ovejas, vacas y caballos.
Entrar en uno de esos ger es un salto en el tiempo: los mongoles, extremadamente hospitalarios, invitan al huésped a dulces de leche agria, raviolis de carne de cordero tan sabrosos como grasos y, para finalizar la velada, a un poco de tabaco esnifado por la nariz o, si el anfitrión está de buen humor, a una botella de vodka local.
No faltarán las canciones que los nómadas cantan para pasar las largas jornadas de pastoreo, o quizá una partida de ajedrez, el juego nacional. Aunque si es julio y Mongolia vive el Naadam, la gran fiesta tradicional, los juegos serán al aire libre y mucho más aguerridos: lucha libre, tiro con arco y carreras de caballos por la pradera.
Al norte de Ulán Bator, tras siete u ocho horas de automóvil, se encuentran los grandes bosques que separan a Mongolia de la Siberia rusa, otro paisaje para cortar la respiración en un país donde la naturaleza aún reina sobre el hombre, aunque en un equilibrio cada vez más complicado
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