Los pequeños festivales se hacen un hueco en Bélgica


Bélgica es, pese a su meteorología inclemente incluso en verano, el país de Europa con mayor número de festivales por habitante: en 2016 se celebraron 409, más de 36 por cada millón de belgas, mientras que España no llega a 15 por millón de habitantes.

“El público viene para hacer descubrimientos sin conocer necesariamente a los artistas, buscando encontrarse entre ellos, pasar un buen momento, compartir”

Para competir en un mercado cada vez más saturado, la mayoría se ha lanzado a una carrera para ganar visitantes que ha llevado a Tomorrowland, de música electrónica, a acoger 400.000 festivaleros este año, mientras que los también famosos Dour y Rock Wechter reciben cada verano 228.000 y 88.000, respectivamente.

Frente al modelo de festival multitudinario, con varios escenarios y un programa agotador tanto para músicos como asistentes, los pequeños apuestan por espacios más acogedores, un cartel variopinto en géneros y rico en artistas locales, y precios asequibles.

Los huecos de los pequeños festivales

“La diferencia la marca la buena acogida, que no se encuentra tan fácilmente en otros sitios por su tamaño”, explicó a Efe Jean-François Jaspers, organizador del Micro Festival, veterano de este tipo de eventos en la escena belga que acaba de cerrar su novena edición con los tres días lleno.

Unas 2.200 personas cada jornada han acudido al festival que se celebra en el patio del antiguo edificio administrativo de una mina en Lieja y despliega un único escenario por el que han pasado 20 grupos europeos y estadounidenses de música independiente.

“Jugamos la baza del descubrimiento (…) nunca hemos querido la competencia por el cabeza de cartel”, dijo Jaspers, para quien el público “viene para hacer descubrimientos sin conocer necesariamente a los artistas, buscando encontrarse entre ellos, pasar un buen momento, compartir”.

Y es que los festivales han dejado de ser una mera sucesión de conciertos para ofrecer una experiencia más amplia, factor que intentan explotar los más pequeños instalándose en parajes naturales, que se alejen de los cámpings masificados y acerquen a la cultura local.

Es el caso del nuevo La Carrière, que celebrará su primera edición el 18 de agosto en una antigua cantera en el valle del Meuse, en la provincia de Namur, dónde esperan atraer a unos 300 festivaleros a un evento “familiar y festivo”.

Asistentes al "Axe City PArade" un festival de música electrónica que se celebra en el Atomium en Bruselas, Bélgica. Foto: EFE/Nicolas Maeterlinck

Asistentes al “Axe City PArade” un festival de música electrónica que se celebra en el Atomium en Bruselas, Bélgica. Foto: EFE/Nicolas Maeterlinck

“Teníamos ganas de hacer un evento de talla humana, porque hemos encontrado un lugar excepcional como decorado para un paréntesis musical”, dijo a Efe Loïc Bodson, organizador del evento, que con otros tres amigos músicos ha “tirado de agenda” para configurar un cartel casi enteramente belga.

Tras trabajar en la organización de festivales con decenas de miles de espectadores, explica, querían ahorrarse los problemas del gran tamaño, como la dependencia de subsidios públicos o enormes costes de producción, y ofrecer “proximidad” y “simplicidad” al espectador.

“Es también una buena forma de hacer turismo justo, donde encontramos productos de la zona, las salchichas del carnicero del pueblo, la cerveza y el zumo de manzana local, y al mismo tiempo ver artistas de la zona y de fuera”

El complejo camino de la diferenciación activa

Antes que ellos, otros pequeños también apostaron por enclaves alternativos, como Deep in the Woods, que recibe unas 500 personas en pleno bosque de las Ardenas, o Paradise City, con unos 2.500 visitantes en los jardines de un castillo medieval cerca de Bruselas.

Signos de identidad son además su enfoque respetuoso con el medio ambiente -cada vez más presente también en los grandes- y abierto a los niños, con entradas más baratas para ellos e iniciativas para compostar los deshechos, organizar transporte compartido u ofrecer productos “bio”.

La supervivencia financiera es el gran desafío de unos festivales poco profesionalizados, que dependen en buena medida de modestos presupuestos propios y el trabajo de voluntarios.

“En puestos técnicos y de producción nadie es pagado. No tenemos presupuesto de comunicación: hemos pagado 30 euros de patrocinio en Facebook e imprimido 70 euros de flyers”, explicó el organizador de La Carrierre, donde lo único que no se recorta es el equipamiento para que los grupos, “que no han pedido un gran caché”, toquen a gusto.

“A veces hemos tocado en festivales donde teníamos que poner un caché muy bajo y luego había presupuestos de comunicación enormes. Nosotros preferimos que el presupuesto vaya a los artistas”

El Micro Festival sí cuenta con algunos subsidios públicos, pero su principal sustento es el trabajo de 150 voluntarios que se ocupan de casi todo por sí mismos, desde el montaje hasta el reciclaje.

El futuro para ellos se anuncia incierto: en su ubicación actual van a construir un nuevo edificio y no saben si podrán afrontar la mudanza o les permitirán cohabitar con los nuevos ocupantes.

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